En Lindora hay una callejuela flanqueada por un terreno baldío. Aquí, las casas están amontonadas, tocándose las unas con las otras, mofándose del distanciamiento social que nosotros, los humanos, debemos observar.

La casa que estoy buscando tiene un portón blanco con una pared de color morado. Después de tocar el timbre, una señora me increpa desde la ventana. Unos minutos después de identificarme, aparece Li Wenjie, una joven de nacionalidad china que también resulta ser la profesora de Mandarín de mis hijos. “Wen”, como le dicen, me invitó a almorzar Suān cài yú, traducido como pescado con alga ácida.

Su apartamento es un monoambiente de paredes turquesas y detalles sacados de una casa de playa de Pinterest. La cocina está repleta de utensilios e ingredientes. En la hornalla hay una olla que se está cocinando hace horas. Antes de asomarme a ver los contenidos, recuerdo haberle confesado mi gran temor a mi esposa Alicia: toparme con un caldo donde pueda ver la cabeza de pescado, sus ojos acusatorios, recordándome que es por mi hambre que él ya no es un pez, sino pescado. Una vez que recuerdo esto, veo los contenidos:

 

La base del Suān cài yú es un caldo de alga ácida, huesos de cerdo, y un pescado entero, con cabeza incluída.

 

“Nada que temer, probablemente Wen lo quitará antes de servirlo”, me digo a mí mismo. La esperanza es lo último que se pierde.

La cocinera pone el fuego al mínimo, y me invita a sentarme con ella a tomar un té.

 

“Te voy a cortar las orejas”

 

Li Wenjie se crió en Kunming, en la provincia de Yunnan. Ubicada al sur de China, Yunnan tiene la particularidad de compartir frontera con 3 países: Vietnam, Laos y Myanmar.  Este sincretismo culinario produce un estilo gastronómico que mezcla elementos del sudeste asiático con un toque distintivamente chino. La pimienta de flor roja, más conocida como Sichuan, se usa en grandes cantidades, pues según la medicina tradicional china el picante saca la humedad. La influencia sureña contribuye a que estos platos se caractericen por su sabor ácido, picante y salado.

Los abuelos de Wen vienen de diversas partes del país. Su abuelo materno es de Tangshan, donde en 1976 un terremoto destruyó el 85% de la ciudad. Su abuela paterna es de Sichuan, donde en 2008 un terremoto destruyó el 80% del área. Su abuela paterna es de Nanjing, donde en 1945 los japoneses invadieron y masacraron al 50% de la población. Sólo su abuela materna es oriunda de Yunnan. Su nombre es Yu Guiying, y ella fue la que crió a Wen de los 6 a los 9 años.

 

 

“¿Cuál fue la lección que más recuerdas de tu abuela?”

“Mi abuela tiene una frase que, hasta ahora, me sigue dando miedo. Cuando era niña yo era muy traviesa. No hacía caso a nadie, y tampoco hacía los deberes. En China los estudiantes son muy trabajadores. Pero yo no lo era. Lo que hacía era caerle muy bien a las personas que hacían la tarea, y con eso, ellos me cubrían. Mi abuela se enteraba y me decía “¡Te voy a cortar las orejas con un cuchillo!”

 “Pero no le creías, ¿cierto?”

“¡Yo creía, sí! Y me iba corriendo, gritando “¡No me cortes!” Durante un tiempo le tenía mucho miedo a mi abuela. Creía que era una bruja, porque me quería cortar la oreja. Pero ahora siento que tengo que retener la conexión con mi abuela. No sé por qué. Tal vez porque ya estoy viviendo muchos años afuera. Desde que llegué a Costa Rica, pasaron muchas cosas. He madurado mucho más que en China. Allí no tenía que preocuparme por nada. Ahora siento que ella me está dando muchos consejos ahora. Ya me había dado el consejo principal, pero recién ahora los entiendo.”

 

Un cuchillo para cortar vegetales

Errores

 

Nuestra charla sobre la niñez y los cuchillos se ve interrumpida porque Wen necesita revisar el caldo. Está preocupada que éste no está suficientemente blanco y nuboso. Está cocinando con ingredientes locales, y adaptarse nunca es fácil. Es la primera vez que lo prepara en este país. Con el caldo listo, es hora de transferirlo a la otra olla para agregar el resto de los ingredientes. Wen procede a drenar el líquido, dejando la cabeza de pescado afuera (¡Dios existe!) y empieza a poner las zanahorias, las papas y la tilapia, también conocido por los inmigrantes como el pollo del mar.

 

 

Pasamos a conversar en la cocina, esperando a que el caldo penetre las zanahorias y las papas. Para entonces Li Wenjie ya tiene 9 años, y está viviendo con sus padres nuevamente. Ingresa a una escuela nueva, más estricta, donde nadie la conoce. A pesar de eso, la pequeña Wen sigue sin hacer su tarea. Eventualmente, los profesores la descubren, y llaman a sus padres. Aterrorizada por el hecho de ser descubierta, Wen va a almorzar y espera en la oficina de su profesora, sin tocar su comida.  Su padre llega y lo primero que hace es preguntarle por qué no comió. Ella está confundida. ¿Por qué su padre no la regañó? Sin decir nada, se sienta en la cafetería de la escuela, y finalmente almuerza en compañía de su papá. Se hace tarde, y su padre debe ir a trabajar. Wen lo acompaña, siempre pensando en cuándo vendrá el castigo. Finalmente, él habla:

“Mira, Wenjie, durante la vida de una persona, uno puede cometer muchos errores. Alguno de ellos se pueden corregir. Pero hay otros que no los puedes corregir nunca más. Ahora yo debo irme a trabajar. Es mi responsabilidad. Como tú también tienes la tuya.”  Wen tenía 9 años. Desde ese momento Wen decidió cambiar. Comenzó a hacer los deberes, a obedecer. Le pregunté si en ese momento ella pensaba que ese error era uno de esos que se pueden corregir, o no. Su respuesta fue ambigua.

 

Control

 

 

Más tarde discutimos sobre la dirección en que uno debe usar el pelapapas. Yo propuse que lo use hacia afuera, pues ese método evita un posible corte. Ella lo hace al revés, alegando que “uno debe enfrentarse a lo teme, para lograr controlarlo”.  El debate es interrumpido cuando ella debe agregar el toque especial. Calienta aceite en un sartén, y echa pimienta Sichuan sobre ella. Este es una técnica común en India, China y Corea. Fritar la pimienta libera los aromas, resaltando el sabor del plato. Mientras realiza los toques finales, le consulto sobre su acento, que tiene un marcado tono español. Me comenta que se debe a sus profesores en la universidad. Para mi sorpresa, Li Wenjie estudió Filología Española.

 

 

Antes que pueda detallar su carrera, las zanahorias, las papas y la tilapia llegan a su punto ideal. La comida está lista. Ella ofrece abrir una botella de vino. Se ausenta de la casa a pedirle un sacacorchos a su vecina. Recién cuando vuelve le comento que la tapa era de rosca. Mientras montamos la mesa hablamos sobre el Hot Pot, una cazuela clásica china con cerdo, pollo, res, cabra y vegetales. Se consume mayoritariamente en invierno para combatir el frío. Estimo que aquí en Costa Rica tendrá que tener otro propósito.

Nos sentamos enfrentados uno al otro, con la cazuela haciendo de chaperón. Wen me sirve con la misma atención y ternura que tiene con todos sus estudiantes. Examino los ingredientes: papa, algas, zanahoria, culantro, tilapia, tomate. He ido a más de 120 restaurantes chinos en mi vida. Nunca vi un plato como este. Parece un caldo español que prepararía mi abuela. Durante ese instante el mundo parece tan pequeño que podría caber en un plato de caldo.

 

El almuerzo

 

 

El sabor es todo un recorrido. El caldo es ácido, pujante y aromático. Las zanahorias y las papas están tiernas, pero turgentes. El tomate se mezcla armoniosamente con el culantro, como una capresse. La tilapia se deshace con el mínimo esfuerzo. Las espinas flotan de manera inofensiva. Es la primera vez que como pescado sin miedo a cortarme. Los granos de pimienta Sichuan flotan como premios a recolectar. Dado que Wen me preguntó varias veces si me gustaba el picante, decido sobrecompensar y diligentemente como todos los granos que puedo encontrar. Veo que mi compañera está retirando la pimienta y dejándola en la mesa, y mi masoquismo deja de tener sentido. Después de unos bocados, llego a la pieza central: el alga ácida. Parecido a la mostaza china en su textura, el alga logra reunir todos los sabores del plato, acompañado por un picor que hace que la pimienta Sichuan parezca un confite. Mi esófago se expande, y, por un momento, siento que se va la humedad. Las referencias a la medicina china eran verdaderas.

Durante el almuerzo hablamos de arte, historia, y nuestra resistencia alcohólica. Estamos de acuerdo en casi todos los puntos, incluyendo el hecho que el límite de ambos es una copa. Ambos limpiamos dos bowls de sopa. El sabor es exquisitamente sugerente. Por un momento recuerdo tomar sopa en Tailandia con mi padre. Fue hace 25 años.

 

Durante la sobremesa conversamos sobre su experiencia como alumna, y cómo esta impacta su rol de profesora:

“Vos como profesora, cuando enseñas, ¿recuerdas cómo eras como alumna?”

“Sí. Este proceso siempre está pasando. Yo pienso en cómo me sentía como alumna, que es lo que quería que el profesor me enseñe, y cómo me gustaría que me trataran. Como profesora, soy una parte de los alumnos. Entiendo por qué se portan mal, por qué no hacen los deberes. Como recuerdo cómo me sentía de niña, me cuesta mucho ponerles límites.”

“¿Te cuesta ponerles límites porque sientes que solo lo puedes expresar con castigo?”

“Buena pregunta. Para mí, ponerles límites es eso. Todavía no sé cómo ponerles límites sin regañarles.”

Creo que el miedo a recibir o aplicar castigo tiene que ver con algo que ocurrió en su infancia. La escuela en que Li Wenjie estudiaba le pide a sus alumnos que tengan un diario íntimo. Como parte de la tarea, los alumnos tienen la siguiente consigna: “Si yo fuera tal persona, ¿qué haría?”. Durante su investigación, ella se topa con un artículo escrito por una niña de otra ciudad. El mismo detalla qué haría ella si fuera la alcaldesa. El artículo impresiona a Wen. Decide copiarlo y presentarlo en clase. La profesora lee el artículo, acusa públicamente a Wen de plagio, y, para colmo, declara erróneamente que la ciudad que menciona el artículo no existe. Este humillación pública queda en la mente de Wen. Es su recordatorio de que los profesores no son perfectos, que las palabras pesan, y que la confianza es tan frágil como sagrada.

 

Fuego

 

 

Según el horóscopo chino, Li Wenjie es de elemento fuego. Su madre es muy supersticiosa, y siempre hizo lo posible para alejarla de la playa, pues el agua es antagónica al fuego. Es por esta misma índole que Wen no tiene plantas: teme que su elemento inherente las queme. Su rostro indica que lo cree seriamente.

Abandonamos el apartamento de Lindora y su infancia en China para caminar un poco. Nos dirigimos al vivero Proverde, mi parque favorito en la zona. A pesar de quedar a sólo 700 metros de su hogar, Wen no lo conoce. Al llegar al vivero, la profesora es reemplazada por una niña inquisitiva. Observa cada planta con sumo cuidado, preguntándome el nombre de cada espécimen que nos topamos. Queda fascinada con una veranera de color blanca. Es la primera vez que se topa con una. El cielo está plomizo. Puede llover en cualquier momento. En un mar de verde se ve una melena de fuego, bailando entre las plantas.

Me despido de Wen con un saludo a distancia, tal como lo hacemos en el 2021. En camino a casa empiezo a digerir la comida y el momento. A riesgo de sonar como un cantautor de 2 pesos, siento que el Suān cài yú refleja perfectamente quién fue y quién será Li Wenjie.

La imagino llegando a Tree of Life. Saluda a las plantas sin tocarlas. Se rasca las orejas al ver un cuchillo. Comparte el almuerzo con sus colegas mientras su padre se sienta a su lado. Comienza su clase de Mandarín con los niños. En el fondo del aula una niña escribe en su diario íntimo. Se lo muestra a la profesora. Wen lee el texto enfrente de sus alumnos, y la felicita por un trabajo bien hecho.

Texto y fotografías por Leandro Natale