Entrar al taller de Isidro Con Wong es internarse en una dimensión mágica, en la que los paisajes puntanarenses cobran vida con los colores del alma del pintor. Los cuadros parecen puertas a los sueños de este artista, quien nos transporta a un lenguaje cifrado de símbolos.

Playas con manglares, toros multiplicados al infinito, lanchas pesqueras, soles incendiados, estrellas anochecidas, la mirada de Isidro Con Wong sobre su patria resuena en las esculturas y las pinturas que se exhiben en este refugio en pleno Pavas.

Isidro Con Wong es un premiado artista costarricense de 90 años, cultor de un realismo mágico pictórico.

Conversamos con él, quien, a sus 90 años, se emociona ante la posibilidad de festejar los 200 años de su patria, aquella en la que nació y a la que volvió, luego de estudiar de joven en Zhongshan, China.

“Para mí, pintar es vivir, respirar, es pura poesía hecha colores”, sentencia Isidro al iniciar la conversación. “Empecé a pintar desde el estómago de mi mamá”, nos cuenta; aquella mujer quien, según sus palabras, viajó desde China para casarse con su padre. Isidro es uno de ocho hermanos y mientras evoca a su madre, comenta: “yo de niño podía sentir su tristeza, cuando ella lloraba, yo lloraba desde el estómago de ella”. La tristeza, según su relato fragmentado, de dejar a todos sus seres queridos y viajar a Costa Rica, una tierra desconocida para ella. Quizás por eso, o quizás simplemente por su sensibilidad a flor de piel, Isidro niño sintió que lo suyo era la fantasía, lo onírico.

Las pinceladas de Con Wong trazan un mundo de ensueño en la tela.

“Me escapaba de niño a la playa, y en la arena dibujaba con un palito, salía ahí todo el mundo mío”, expresa. En este viaje intuitivo, el artista, que recién a los 40 años se dedicó plenamente a este trabajo, encontró en la pintura el lenguaje que necesitaba para comunicar al mundo sus sueños. Aquello que veía más allá de lo visible, porque “Yo no converso mucho, soy muy callado”, susurra entre dientes.  “Cuando veo algo muy bello, lloro”, nos confiesa. “El Bicentenario me trae lágrimas a los ojos, cuando pienso en esos hombres que hace 200 años lucharon por esta Patria, lloro, me emociono”, nos dice.

El artista se refiere a sí mismo como autodidacta, e inspirado por el Creador.

A pesar de ser el único artista que batió el récord de seis participaciones consecutivas en el Gran Premio Internacional de Montecarlo, además de recibir otros, como la distinción de Honor Princesa Carolina de Montecarlo, y de ser Miembro de Honor de la Academia Europea de Ciencias Arte y Letras, Isidro nos dice que a él no le importan los premios. Lo dice con desdeño, juguetón, como quien se rebela ante los logros mundanos.

Los toros son uno de los motivos que se repiten en sus obras. De pequeño Isidro jugaba y cuidaba de ellos.

Sin embargo, a pesar de no importarle los premios, a Isidro sí le importa dejar una huella. Por eso, cuando le preguntamos qué quisiera decirle a los jóvenes costarricenses, desde su privilegiado rol de figura de la cultura, no lo duda y nos dice: “pareciera egoísta, pero les diría que vean mis obras, porque ellas dicen todo lo que puedo darles”. Isidro, de pocas palabras, recalca que su voz está en sus pinturas, lo que él quiere expresar, está ahí, al alcance de la vista.

“Quiero haber sembrado algo en el alma de mi gente” reitera. Para Isidro, “el arte es el alma de la Patria, necesitamos más pintores, compositores, bailarines”, se enfervoriza.

Cuando piensa en Puntarenas su ánimo cambia, parece volver a ser un niño.

Isidro Con Wong se ríe mientras habla, carraspea, y sus ojos se encienden como si, en vez de conversar con nosotros en su taller, estuviera transitando la Puntarenas de su niñez, aquella en la que “los almendros eran nuestras sombrillas”, en la que todos los matices de verde se multiplicaban, esa en la que naturaleza era ese regalo que, para Isidro, el Creador le dio.

Cuando habla de Puntarenas se ilumina todo, y se reconoce “chino” por padres, pero “costarricense” de alma, por elección. Su voz se entristece cuando habla de la pobreza de su tierra, de los niños con hambre, de la falta de trabajo que afecta a sus habitantes.

Y con ilusión nos habla de la importancia de los árboles, esos que en varias de sus esculturas aparecen tronchados y cortados, resultado de la acción del hombre sobre la naturaleza. “Cuando yo vivía en Puntarenas no era tan caluroso, la sombra de los árboles nos cobijaban.” “Si yo tuviera mucho dinero, sembraría árboles por todos lados, ese es mi sueño”, y cuando lo anuncia, Isidro Con Wong vuelve a ser el niño que se escapaba hacia la playa, para hacer lo que su corazón le pedía.

Los toros, los paisajes inmensos y las figuras diminutas, perdidas en el lienzo, transmiten la pequeñez del ser humano ante la maravilla de la naturaleza.

Isidro Con Wong.  Ganadero, pescador y agricultor, devenido en pintor y artista internacional. Su labrado rostro cuenta mil historias, muchas difíciles de descifrar. Sus pinturas en cambio son transparentes, luminosas, flotantes.  Los paisajes aéreos de una Costa Rica idealizada. La naturaleza reina, la paz y la quietud imperan. Isidro dice que él sueña y que cuando sueña, pinta.

Cuando Isidro habla de pintura habla de sueños. Lo onírico y lo fantástico son su lengua cotidiana.

Para él ser artista es ser un poco “chiflado”, habitar un mundo interior, un poco apartado al resto. Cuando su padre le dijo que fuera médico, él le contestó:  me da miedo la sangre. En cuarto grado decidió que la escuela no tenía para enseñarle lo que él necesitaba, y buscó por otros caminos. Unos más solitarios, más introspectivos, unos de viaje interior.En ese recorrido halló al artista. Descubrió ese don de los colores, y habló el diálogo secreto de la naturaleza.

Mostró su Costa Rica, la de Puntarenas, la de los almendros generosos, cielos inmensos, y  estrellas nocturnas, la de los silencios poblados de sonidos, pescadores peregrinos y costas desoladas y ricas en peces.

Ese joven callado, de pocas palabras encontró su lengua.

Y el mundo escuchó lo que él tenía para decirle.

Texto por Alicia Nieva

Fotografías por Leandro Natale